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La caída de Asad y sus consecuencias



La olla exprés de Oriente Medio no para de darnos sustos y sorpresas de tal manera que ahora podríamos ofrecer titulares como: "El régimen asesino de Asad ha caído", "Irán y Rusia pierden a su gran aliado", "La caída de Asad es consecuencia de la ofensiva de Netanyahu contra Hezbolá y la caótica situación rusa en Ucrania" o alternativamente "El Estado Islámico toma el control de Siria", "El HTS, el mayor enemigo de Israel, se asienta en su frontera". Todos ellos serían ciertos y ajustados a la realidad.


Cuando se producen convulsiones de esta magnitud de forma tan repentina, para comprenderlos hay que acudir al procedimiento de Hércules Poirot: ¿quién está detrás?, ¿quién gana y quién pierde? Y, finalmente, ¿tenemos al culpable y ya podemos dormir tranquilos o no?

Lo que ha ocurrido en Siria es muy prematuro para atribuirle un estatus de cambio definitivo. Un ejército de 20.000 hombres, escasamente armados, no puede controlar Siria, ya que seguirá teniendo a una parte del ejército de Asad en contra, que pronto buscará como reorganizarse; a los kurdos apoyados por Estados Unidos que controlan una parte fundamental del territorio y cuya misión es precisamente combatir al HTS, es decir al nuevo ISIS y a unas cuantas tribus que deciden fidelidades en función del reparto del botín. Estaríamos más cerca de los típicos golpes de Estado en Mali o Chad donde unas pocas pick ups con cientos de soldados son capaces de provocar un cambio de régimen pero incapaces de dar estabilidad a largo plazo.

 

Detrás de esta ofensiva está Turquía en una apuesta arriesgada y muy peligrosa. Erdogán dio un ultimátum hace dos semanas a Asad para que se fuera, y cumplió su amenaza. Sin este apoyo turco, el HTS nunca habría llegado a Damasco. Si no lo sigue apoyando, su estancia en el poder será muy corta. Razones no le faltan a Turquía para buscar este cataclismo. Tiene que alimentar a tres millones de refugiados sirios que son un problema enorme en Turquía, tiene a los "terroristas kurdos" dominando una parte de la frontera y la hostilidad con Rusia no para de crecer por los choques en los países del Cáucaso.

 

El dilema que yo me planteo es si Turquía no ha creado un monstruo que se puede volver contra ella y contra todos; o si será capaz de crear un estado vasallo de Ankara en Damasco, el viejo sueño del neo-otomanismo.

 

Es muy pronto para sacar conclusiones. Netanyahu puede apuntarse una gran victoria. A la caída de Hamas se une la de Hezbolá; el miedo que se ha instaurado en Teherán a un ataque que se lleve por delante el régimen; y ahora la de Asad en Siria. Rusia e Irán han perdido todos sus peones en este tablero y saben que el rey está descubierto.

 

Si en Siria se instala un caos que no es apoyado por ninguna potencia, Israel tendrá un enemigo estratégico menos en Siria, cuyo nuevo régimen podrá ser destruido en cuanto unos F-35 vuelen toda la capacidad militar del HTS.

Turquía, por muchos sueños que tenga Erdogán, no tiene capacidad para controlar política y militarmente Siria, y si lo intenta va a salir muy trasquilado, lo único que le faltaría a Israel para hacer póker de ases.

Asad estaba sostenido por Putin y los Ayatolás, los chinos pasaron por allí hace unos años y se dieron cuenta que de allí no iban a sacar nada bueno y pusieron sus ojos en Sudán y sus vecinos donde el caos ya es una realidad diaria. En cuanto Moscú y Teherán han perdido liderazgo y capacidad militar, se acabó la partida de esta manera tan vertiginosa.

Las consecuencias geoestratégicas mundiales no son menores. Rusia echando mano de Corea del Norte y sacando las bombas atómicas a relucir cada vez que cae un misil ATACMS en su territorio, sigue demostrando una gran debilidad y como manifestó Lavrov la semana pasada, al admitir que no saben qué va a pasar en Siria. 

 

La derrota de Asad es sobre todo la de Putin que instaló sus bases navales y áreas en Siria y que realizó un despliegue militar impresionante en 2015 que ahora es incapaz de repetir, y tiene que salir echando leches llevando sus barcos a San Petersburgo, con lo que sus hombres van a agarrar una pulmonía de muy señor mío ya que no pueden entrar en el Mar Negro por las restricciones internacionales.

 



Se trata de la primera victoria de Trump, que a diferencia de El Cid, gana batallas antes de nacer como presidente. Seguro que de todo esto hablaron Macron y Zelenski con Trump en París. Es la gran oportunidad del nuevo presidente de poner la puntilla a Putin. Por mucha sintonía personal o política que pueda tener, aunque dudo de esta capacidad psicológica de Trump, el nuevo presidente no va a dejar pasar la oportunidad. Una Rusia debilitada es el mejor escenario para Trump que podrá dedicarse a su problema vertebral que es China, que se habrá quedado sin su fuerte aliado en Moscú distrayendo la atención en Europa y de paso abandonar la OTAN con cierto aire de victoria.

 

Otras consecuencias que no son menores afectan a Irán. Con Trump en la Casa Blanca, y con este nuevo escenario, es muy probable que la situación política interna se convierta en un avispero. Los Ayatolás que luchaban contra el diablo y han perdido tendrán que dar muchas explicaciones a su pueblo de qué religión es aquella que no gana batallas. Esta será otra victoria del "nuevo Duo Dinámico" del mundo occidental: Trump y Netanyahu.

 

Rusia deberá aceptar el alto el fuego de Zelenski que dejará a Putin muy tocado. Con trescientos mil jóvenes muertos y 600.000 millones de dólares perdidos, una victoria pírrica en Ucrania que quedará a salvo y mejor protegida en el futuro, será el epitafio más temprano que tarde de Vladimir Putin. Trump sabe que si aprieta en la ayuda militar, Ucrania resistirá y Putin no está para otro año en este caos. ¿Cuántas noches soñará Putin con Biden el Durmiente como su mejor aliado?

Si el nuevo gobierno sirio se empeña en volver a su ADN y retomar la acción terrorista en el Sahel aprovechándose de la fuga de Wagner de África, en Europa con atentados suicidas o en rearmar a las milicias palestinas, no tardará mucho Occidente en eliminarlos y devolver a Siria al caos, que ya es definitivamente un estado fallido que someterá su destino a los deseos de Arabia Saudita e Israel.

Algunos hablarán en el futuro del "Milagro de Nuestra Señora". Trump se reconcilió con Zelenski, Macron se salvó "in extremis" cuando todo parecía perdido encontrando en Trump un apoyo sólido que además le ha enviado a su consuegro de embajador, lo que significa que le importan mucho las relaciones con Francia. Los líderes europeos que asistieron a la ceremonia, sentados en el templo de la cristiandad europea, se reencontraron con su misión histórica y con una legitimidad que habían dado por perdida. Ahora entiendo que no fuera nadie del gobierno español, no fuera a ser que Nuestra Señora obrara otro milagro.

 

Nosotros ya no sabemos si lloramos por el debilitamiento de Putin, guía espiritual de la ultraderecha fascista europea, si por el debilitamiento de Venezuela y Cuba y sus primos regionales por la caída del padre prior, si por la victoria de Netanyahu que ha asentado mejor que nadie antes las bases del nuevo orden en la Región, o por el liderazgo de Trump que detestamos, o por el éxito económico de Milei o político de Meloni, que gozan de una popularidad que nunca tuvo un presidente desde Felipe González en España.

 

Es lo que tiene haber perdido el norte y estar centrados en sobrevivir como si esa fuera una misión histórica, ocupar el poder para que no lo ocupen otros. Algunos piensan que la democracia es de izquierdas y progresista, y tachan a todos los conservadores y liberales de antidemócratas, y con ese mantra pretenden sobrevivir. Sin embargo, la victoria de conservadores que mantienen la democracia, sorpresivamente, son eficaces en sus gobiernos y con alta cuotas de popularidad constituye un golpe a la línea de flotación de este posicionamiento de supervivencia.

 

Las piezas del puzzle del mundo comienzan a encajar, pero no seamos optimistas. En este caos regional que dura siete mil años, siempre viene alguien que lo jode todo, así que celebremos el presente y preparémonos para un futuro que nadie es capaz de predecir.


Fuente. Enrique Navarro. Libertad Digital

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